Era agosto del ’79 cuando me detuvieron, compañera, tenía 19 años. Hace unos meses habían fusilado a un lonko y a dos compañeros casi en el patio de mi casa. Mis hermanos y yo lo vimos todo, y nos prometimos ser parte de la lucha. ¡Y hasta ahora sigo en la lucha, compañera!
Como te decía, llegaron los milicos a la casa donde vivía y ahí me tuvieron durante tres días encerrada. Tú sabes compañera lo que eso significa... lo bueno fue que eso le dio tiempo a mi mamá para limpiar su casa antes de que los milicos llegaran a allanarla y se llevaran a mis hermanos... Después de eso la fiscalía militar y bueno... la cárcel de Valdivia... ¡¡Estaba más que asustada!! ¡¡y pa’ qué te cuento el cuerpo!!
Yo quedé de entrada en una celda sola, incomunicada. El piso estaba mojado, olía a podrido y a orines... había una colchoneta en el piso...¡todo oscuro, todo frío!¡¡de los fríos del sur, compañera!!... A una se le van agudizando los sentidos, escucha sonidos, voces a lo lejos, respiraciones y la vista se va acostumbrando a la penumbra... No podía dormir, tampoco me dejaban. No sabía qué pasaría al otro día, si habría otro día.
Sin embargo, pasaron los días. Lo sabía porque alcanzaba a escuchar el Carillón de Valdivia tocar todos los días y eso me permitía tener una idea de las horas.... También escuchaba a las otras presas, las comunes, que conversaban y a veces cantaban... Fue así que me enteré que, pese a que el pabellón donde estaba era sólo para las políticas, había en una de las celdas, al lado mío, una común que se había robado unas vacas, y del otro lado, una señora, vecina mía... la que me había delatado... Se enteró que estaba yo en la celda de al lado y llorando me pedía perdón a cada rato...
Cuando me llevaban a la fiscalía militar, a veces podía ver a mis hermanos y sabía que aún estaban vivos. Un pequeño gesto y sabíamos que no nos habíamos quebrado, que aún nos manteníamos en silencio. Mi mamá siempre estaba ahí, ¡fuerte y valiente sangre Mapuche!... yo levantaba mi cara para que me viera bien viva y no sufriera más de todo lo que ya estaba sufriendo...¡Mi pobre viejita!.
La esposa y la compañera de mis hermanos llegaban siempre a la fiscalía, le hacían algún gesto de consuelo, de amor, como respuesta al dolor... Yo, inútilmente buscaba un rostro en la multitud, no el de mi madre, sino el de una compañera que con sus ojos me recordara que no estaba sola y me esperara afuera con la promesa de su abrazo... ¡Usted sabe, compañera!
Una noche de vuelta en mi celda, después de una tarde entera de interrogatorios, con el cuerpo y alma destruidos, compañera, distinguí una silueta en la penumbra... En principio tuve miedo, pero al rato la reconocí... ¡¡ Era Francisca!! ¡¡Mi amor de niña!! Reconocí sus ojos de miel, su piel morena, su cabello negro, largo y rebelde cayendo por sus hombros.
Le hablé.
La sentí sentarse a mi lado, tan suave y sigilosa como una gata... silenciosa, para que no nos escucharan. Se tendió junto a mí y me abrazó, y con su voz susurrante calmó mis dolores, mientras con su pelo limpiaba mis lágrimas, con besos curaba mis heridas y saciaba mi sed de siglos.
Nos abrazamos, sentí su corazón ancestral, el ventarrón de sus suspiros, las cosquillas de su pelo maqui, el aroma manzana de su piel avellana, mi temblor, su temblor, y nuestras manos recorriendo nuestras cataclísmicas geografías... el sudor bañándonos como lluvia el rostro, su sabor de cereza, el calor de sus termales aguas, su lengua navegante en la alegría exuberante de nuestra selva de cuerpos arrayanes, el orgasmo del ansiado encuentro de nuestras húmedas tierras... Y me entregué, al suave vaivén del sueño entre sus pechos de volcana...
Dormí.
¡Dormí, compañera! ¡Tan profundo como una niña!
Desperté con la sensación viva de su abrazo... Al sonar el carillón del medio día me llevaron nuevamente a la fiscalía, pero esta vez sentía en mi una fuerza nueva, la de la esperanza, esperanza lesbiana, la de la lucha, la de la lucha lesbiana... la del amor, compañera... aunque fuera un sueño...
¡El Amor, Compañera!
Como te decía, llegaron los milicos a la casa donde vivía y ahí me tuvieron durante tres días encerrada. Tú sabes compañera lo que eso significa... lo bueno fue que eso le dio tiempo a mi mamá para limpiar su casa antes de que los milicos llegaran a allanarla y se llevaran a mis hermanos... Después de eso la fiscalía militar y bueno... la cárcel de Valdivia... ¡¡Estaba más que asustada!! ¡¡y pa’ qué te cuento el cuerpo!!
Yo quedé de entrada en una celda sola, incomunicada. El piso estaba mojado, olía a podrido y a orines... había una colchoneta en el piso...¡todo oscuro, todo frío!¡¡de los fríos del sur, compañera!!... A una se le van agudizando los sentidos, escucha sonidos, voces a lo lejos, respiraciones y la vista se va acostumbrando a la penumbra... No podía dormir, tampoco me dejaban. No sabía qué pasaría al otro día, si habría otro día.
Sin embargo, pasaron los días. Lo sabía porque alcanzaba a escuchar el Carillón de Valdivia tocar todos los días y eso me permitía tener una idea de las horas.... También escuchaba a las otras presas, las comunes, que conversaban y a veces cantaban... Fue así que me enteré que, pese a que el pabellón donde estaba era sólo para las políticas, había en una de las celdas, al lado mío, una común que se había robado unas vacas, y del otro lado, una señora, vecina mía... la que me había delatado... Se enteró que estaba yo en la celda de al lado y llorando me pedía perdón a cada rato...
Cuando me llevaban a la fiscalía militar, a veces podía ver a mis hermanos y sabía que aún estaban vivos. Un pequeño gesto y sabíamos que no nos habíamos quebrado, que aún nos manteníamos en silencio. Mi mamá siempre estaba ahí, ¡fuerte y valiente sangre Mapuche!... yo levantaba mi cara para que me viera bien viva y no sufriera más de todo lo que ya estaba sufriendo...¡Mi pobre viejita!.
La esposa y la compañera de mis hermanos llegaban siempre a la fiscalía, le hacían algún gesto de consuelo, de amor, como respuesta al dolor... Yo, inútilmente buscaba un rostro en la multitud, no el de mi madre, sino el de una compañera que con sus ojos me recordara que no estaba sola y me esperara afuera con la promesa de su abrazo... ¡Usted sabe, compañera!
Una noche de vuelta en mi celda, después de una tarde entera de interrogatorios, con el cuerpo y alma destruidos, compañera, distinguí una silueta en la penumbra... En principio tuve miedo, pero al rato la reconocí... ¡¡ Era Francisca!! ¡¡Mi amor de niña!! Reconocí sus ojos de miel, su piel morena, su cabello negro, largo y rebelde cayendo por sus hombros.
Le hablé.
La sentí sentarse a mi lado, tan suave y sigilosa como una gata... silenciosa, para que no nos escucharan. Se tendió junto a mí y me abrazó, y con su voz susurrante calmó mis dolores, mientras con su pelo limpiaba mis lágrimas, con besos curaba mis heridas y saciaba mi sed de siglos.
Nos abrazamos, sentí su corazón ancestral, el ventarrón de sus suspiros, las cosquillas de su pelo maqui, el aroma manzana de su piel avellana, mi temblor, su temblor, y nuestras manos recorriendo nuestras cataclísmicas geografías... el sudor bañándonos como lluvia el rostro, su sabor de cereza, el calor de sus termales aguas, su lengua navegante en la alegría exuberante de nuestra selva de cuerpos arrayanes, el orgasmo del ansiado encuentro de nuestras húmedas tierras... Y me entregué, al suave vaivén del sueño entre sus pechos de volcana...
Dormí.
¡Dormí, compañera! ¡Tan profundo como una niña!
Desperté con la sensación viva de su abrazo... Al sonar el carillón del medio día me llevaron nuevamente a la fiscalía, pero esta vez sentía en mi una fuerza nueva, la de la esperanza, esperanza lesbiana, la de la lucha, la de la lucha lesbiana... la del amor, compañera... aunque fuera un sueño...
¡El Amor, Compañera!
*Esta historia fue escrita en base al relato hablado de la Compañera Carmen Barriga. (Transcrita y adaptada por Angel)
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